¡Yo sé quien fue
Fulana de Tal!
Por: Susana Valdés Levy
Leyendo las Memorias de Alfonso Reyes, capítulo VIII
–Crónica de Monterrey, encuentro en la
página 496, un párrafo donde cuenta que
el entonces Arzobispo Jacinto López había autorizado como parroquia, una pobre
iglesita unida al viejo edificio reformado que servía de hospital. Cuenta
Alfonso Reyes que muy poca gente acudía a esa iglesia en un principio, pero
después se fue haciendo famosa gracias a la prédica de un cierto cura naturista
“Que dio en emplear para sus sermones
ejemplos demasiado vivos, actuales y pintorescos”. También dice que este
estilo del padrecito lo hizo muy popular, se hacían verdaderas aglomeraciones y
finalmente “hubo que suspender al curita
del ejercicio del púlpito”. Dice textualmente Alfonso Reyes: “Para hablar de la hermosura de la Virgen
María, decía que era muy superior a la de doña Fulana de Tal, belleza
reconocida.”
Pues sí, así es. Ese párroco existió y fue legendario.
Cuando el padrecito quería que la gente entendiera cuán corrosivos eran los
pecados, decía éstos le hacían al alma lo que la viruela a la piel: la llenaba
de pústulas supurantes y malolientes que la carcomían poco a poco y siempre
dejaban cicatriz. Por eso hay mucha gente con el alma cacariza. Dice también
Don Alfonso Reyes que “cuando el padre
quería que la gente dimensionara el poder de Dios, les decía que éste era más
grande que el de los generales Reyes y Treviño, y para hablar de milagros,
decía que “el sabio doctor Gonzalitos
era incapaz de resucitar a un muerto como lo había hecho el Nuestro Señor, etc.” Bueno, sepan ustedes que esa “doña Fulana de
Tal” a quien usaba el padre de referencia para que los feligreses pudieran
comprender la magnitud de la belleza de la Virgen, era nada más y nada menos
que Juana Llano, la hermana de mi tatarabuela Dolores Llano.
Juana Llano sorprendió a todos con su belleza desde que
nació. Era blanca como la luna y tenía los ojos enormes color turquesa. Cuando
creció, su rostro se enmarcó con una abundante melena color marrón. Si bien los
cánones de la belleza varían de época en época, Juana era una de esas raras
bellezas universales y atemporales. Pero así como su vida estaba estigmatizada
por una hermosura ejemplar, también lo estuvo por la tragedia.
A los dieciséis años, cuando ella estaba en el patio de
la casa jugando trepada en un árbol de duraznos, su padre la llamó para que acudiera de inmediato a la
sala donde iban a presentarle a quien sería su marido. Pedida y dada estaba
Juana, sin saberlo, temerlo o merecerlo. Así llegó al altar una muchacha de
belleza extraordinaria y de mirada triste.
El nombre del tipo con quien casaron a Juana nunca se
volvió a mencionar en la familia y por ende, no lo mencionaré aquí. Solo puedo
decir que era un energúmeno enloquecido por una pasión que se traducía en celos
violentos. No soportaba que la gente mirara a Juana y la convirtió en
prisionera obligándola a vivir encerrada.
Un día, a los pocos meses de casados, el hombre llegó a
la casa después del trabajo y encontró a Juana sentada junto a la ventana
mirando hacia la calle. El tipo se enfureció, cerró los postigos de un golpe,
le brotaba adrenalina por las orejas, le salía lumbre por los ojos y sus puños
se convirtieron en mazos, en tenazas, en látigos. Las caricias que nunca supo darle a su mujer por cuánto lo atemorizaba su belleza, se expresaron en una golpiza descomunal e inolvidable.
Esa noche Juana se escapó. Volvió a la casa de sus padres
con la ropa manchada de sangre, la cara desfigurada por la hinchazón y con su
hermosa cabellera marrón trasquilada. Nunca más volvió con el hombre que había
sido, por unos meses, su marido y éste se fue de la ciudad.
Así es que Juana Llano era como una Diosa bella intocable
e inaccesible. No era viuda, ni soltera y mucho menos divorciada. Se había
casado con el diablo por la Ley de Dios y de los Hombres y se había escapado
del infierno. Su única oportunidad de salir y convivir con algunas personas era
cuando acudía a Misa, precisamente a la parroquia del padrecito pintoresco y
alegórico, que la ponía de ejemplo y referencia para que la gente supiera cuán
hermosa era la Virgen María. Por eso les digo: Yo sé quién era doña Fulana de
Tal…era Juana Llano.
Me gusto mucho su historia y forma de narrarlo.
ResponderBorrarGracias por compartirla