A mis Maestros
Por: Susana Valdés Levy
En mi familia, -supongo que era parte de la
filosofía de vida de mi abuelo que era judío alemán- siempre fue algo
importante que todos aprendiéramos a hablar y dominar perfectamente otro idioma,
una técnica, un oficio y una profesión. Estoy segura de que mi abuelo veía eso
como una verdadera herramienta de supervivencia. Hablar otro idioma es, sin
duda, una barrera menos. También era importante que la escuela fuera además de bilingüe, laica y mixta. “¡Porque el
mundo es así!” Decía mi abuelo Daniel….en
el mundo hay de todo y en todo tienes una oportunidad de aprender.
Mi abuela estaba convencida de esa comparación de la mente
con el paracaídas: Solo funciona cuando se abre. Una mente abierta es
indispensable para comprender la vida hasta donde es posible entenderla.
Mi mamá nos decía que la educación iba a ser nuestra “única
herencia”, una herencia que además, nadie nos podría quitar y de la cual
podríamos echar mano todo el tiempo sin que se nos acabara. “La educación es
una riqueza que ni se gasta, ni se pierde, ni se acaba…siempre la puedes
incrementar”
Mi otra abuela me decía que la educación y el conocimiento
eran lo que realmente da seguridad a las
personas. “No es una joya costosa, ni un vestido caro, ni un carro lujoso, ni
una casa elegante lo que hace valer a las personas…eso solo es decoración. Lo
que verdaderamente refina a las personas y las hace brillar, es la educación.”
He visto a lo largo de mi vida, que la educación es como un
plato de comida: hay cosas que nos gustan y otras que no. Hay cosas que uno
quisiera “devorar” y otras que nos cuesta trabajo digerir. Pero finalmente,
solo quien tiene ese plato enfrente puede decidir si lo ingiere o no. Con
suerte, algunos estamos rodeados de personas que nos presentan el “platillo” de
manera muy apetitosa y se sientan ahí, para asegurarse de que comamos. Pero
nadie nos puede obligar a comer del plato del conocimiento y muchos lo
desperdician.
Otros nunca tienen la suerte de que alguien les acerque
cómodamente ese “alimento” al que llamamos educación y así se quedan. Y hay
otros más, que en su hambre de saber, y a pesar de la adversidad o el difícil acceso, se las arreglan para
encontrar una fuente de saber.
La educación siempre ha sido una prioridad, pero ahora que
estamos en la llamada Era del Conocimiento, la educación es indispensable. Es
la nueva e inagotable fuente de riqueza. Hoy en día, se cumple cabalmente lo
que mi abuela decía. “No es más rico el que más tiene, sino el que más sabe.”
Además de la familia, son los maestros como los mineros que deben extraer esa
riqueza, de entre la burda roca de la ignorancia, pulirla, templarla, fundirla,
darle forma y finalmente convertirla en herramienta útil. El buen maestro no es
el que mejor enseña, sino el que mejor despierta en sus alumnos el deseo y el
hambre de aprender.
El 15 de mayo –mañana- es el Día del Maestro, y yo recuerdo
con respeto y cariño a cada uno de ellos: a la maestra de pre-escolar que me enseñó
las letras y los números y a sostener un
lápiz, a la que me enseñó a sumar, restar, dividir y multiplicar, a la que me
enseñó a respetar a mis compañeros, a admirar y maravillarme con la vida, a la
maestra que nos hacía reír y a la que nos hacía sufrir, al maestro que con su
amargura me sirvió de mal ejemplo y al que con su amabilidad nos contaba un
cuento con moraleja en una mañana lluviosa de lunes y nos hacía pensar. Al que
me enseño otro idioma, al que me enseñó un concepto, una técnica, un oficio, un
método y una profesión. Al que me enseñó a trabajar, a cumplir, a ser puntual,
a no copiar, a darle forma a las idea s… A todos les debo algo importante.
Felicito a todos los maestros y maestras en su día.
¡Gracias!
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