Villas
Juveniles
Por Susana Valdés Levy.
Los índices de delincuencia y criminalidad que
comprometen a menores de edad en México van a la alza. La razón es simple y
evidente: la juventud mexicana está expuesta y es altamente vulnerable a ser
reclutada por las organizaciones del crimen o cárteles. Los grupos criminales
organizados reclutan jóvenes por la fuerza de la amenaza, explotando y
fomentando la adicción a las drogas o contratándoles por poco dinero para
cometer todo tipo de delitos, desde halconeo hasta torturas y multihomicidios.
Por su edad, las penas para los menores son relativamente benévolas, cortas e
insuficientes para su readaptación pero suficientes para su estigmatización de
por vida.
Los tutelares (correccionales) están rebasados,
tanto en capacidad como en efectividad. Sus espacios y sistemas son obsoletos
para enfrentar y tratar la magnitud del problema juvenil en la actualidad. No
se ven indicios de que se esté trabajando en una modernización en estos
sentidos. Legislativamente, se explora únicamente la posibilidad de reducir la
edad penal y de endurecer las penas como la forma para desincentivar la
delincuencia en los menores. Ha sido tema de debate por años.
Por otra parte y casi a la par, los índices de
violencia doméstica también van en incremento junto con la desintegración
familiar. Son los propios hogares
empobrecidos (económica, moral y afectivamente), disfuncionales, violentos y/o desintegrados
los que lanzan a los jóvenes hombres y mujeres, a veces desde la pre-adolescencia,
a las sórdidas calles de sus barrios marginados e inseguros. Dentro de la casa
hay un infierno y afuera hay otro, con distinto diablo. La deserción escolar,
el acceso a las drogas, la sexualidad precoz y la búsqueda de un sentido de
pertenencia en violentos grupos pandilleriles, es el resultado más común de
esta circunstancia.
El escritor Furio Colombo se pregunta ¿Por qué
asesinan los niños? Y responde en su análisis: “Una multitud de personas,
siempre más jóvenes, siempre más solas, siempre más carentes de contacto con
alguna forma de comunicación y de cultura, se mueve en un laberinto, provista
de fuerza física pero carente de orientación. Y dado que no ven razones para no
hacerlo, matan…” En otro artículo, el escritor Alberto Bevilacqua explica que
“se trata de un tipo de terrorismo: carente absolutamente de motivaciones
pseudoideológicas, privado de toda motivación que no sea la esencia misma,
perversa, del acto consumado”. El mismo autor agrega: “Esos maleantes no tienen
como enemigo a nada y a nadie. Obtusamente advierten el peso de una psique que
ya no posee el bien de la inocencia…Son hombres y mujeres de envolturas
habitadas solo por la nada maligna, por
un vacío sepulcral.”
Una sociedad que pierde a su juventud pierde a
su futuro. Manejar el problema juvenil oscilando entre la negligencia y la
penitencia, entre ignorarlos y castigarlos, es verdaderamente una injusticia y
una crueldad. La sociedad está obligada a ofrecer un refugio, un rescate y un
espacio de oportunidad que proteja a los jóvenes de los infiernos del hogar
violento, de las calles sórdidas y de los reclusorios. Pienso en un espacio
donde ingresando voluntariamente, los jóvenes encuentren hospedaje, educación
académica, orientación y formación cívica así como capacitación para dominar un
oficio. Pienso en un lugar donde la “doctrina” se base en los principios
fundamentales del bien común, y donde puedan también satisfacer la necesidad de
pertenencia y del sentido de la vida. Parece utópico. Lo es, pero no imposible.
Crear villas juveniles como
un modelo único de comunidad, una sociedad orientada hacia el bien común y la
ayuda mutua así como a la justicia social; un sistema socioeconómico basado en
el principio de igualdad, equidad y cooperación, donde cada quien encuentra el
camino de acuerdo al desarrollo de sus habilidades y necesidades. Un hogar para
aquellos que así lo eligen.
La idea de crear estos lugares como instancias para prevenir la
delincuencia y al mismo tiempo promover la formación positiva, me parece
interesante por cuanto representa una opción de vida y con posibilidades de
resolver las necesidades de una juventud que hoy en día busca satisfactores en
donde no puede hallar otra cosa más que la calle, la cárcel o la muerte. Por
otra parte, para el Estado, representa un esfuerzo mucho menos oneroso y mucho
menos horroroso de lo que, como ahora, implica perseguir, recluir y castigar a la juventud.
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