miércoles, 10 de julio de 2013

Los pies de la nana Gertrudis.


 Por: Susana Valdés Levy
1862, Monterrey, Nuevo León. Yo soy Dolores Llano y quiero dar testimonio de algo que creo importante: Mi hermana Juana ha estado muy enferma. Desde hace tiempo tiene un dolor que nadi...e sabe qué es. Ya tiene meses en cama. Hace mucho calor y aunque la casa por ser de sillar, siempre está agradable, en la cocina se acumula el bochorno y con el calor del comal se pone peor. La nana se sale al patio de vez en cuando a tomar aire fresco. Estoy hablando quedito porque la nana está dormida aquí donde hacen sombra las parras de la pérgola. La nana Gertrudis nos ha cuidado desde niñas a Juana y a mí porque mamá siempre ha padecido de migrañas, necesita enclaustrarse en su cuarto días enteros con todas las cortinas cerradas y no nos tiene paciencia.
Bien dormida parece estar la nana en su mecedora con los pies puestos y cruzados sobre una tina colocada al revés como si fuera un taburete. Tiene los pies morenos y gordos, de piel gruesa. Todos sus dedos son anchos y tiene las uñas amarillentas y cuarteadas como el marfil antiguo. Sus pies parecen dos pencas de nopal con cinco tunas. Me pregunto por qué le daría Dios unos pies tan grandes siendo ella tan chaparrita.
La trenza larga y canosa cuelga hasta el piso por encima del respaldo de la mecedora. Empieza abundante y gruesa y termina en un hilo de unos cuantos pelos. Cuando la nana está de pie, la trenza le llega casi hasta los tobillos. Dice que no se la corta, que no se la ha cortado nunca porque es para pagar una manda. Todavía no sabe qué manda va a pagar, pero dice que está ahorrando. “El día que tenga que pedirle algo muy grande y muy difícil a la Cihualpilli, o sea a la Virgen de San Juan, le voy a ofrecer mi trenza. Me la voy a mochar y personalmente se la voy a llevar a pie hasta San Juan de los Lagos.”
No lo había pensado yo antes, pero ahí está la respuesta: para eso fue que le dio Dios unos pies tan fuertes y grandes. Son para cuando tenga que irse caminando descalza hasta Jalisco. Habría una señal y fue esa noche, cuando nos despertó un gemido profundo. Era mi hermana enferma que ya no podía más con el dolor.
Al día siguiente la nana tomó las tijeras y sin darle mucho pensamiento se las puso en la nuca. Yo cerré los ojos para no ver pero pude oír el roce de las hojas de metal de la tijera cuando se cierran una sobre la otra. La trenza está cortada. La nana se puso un paliacate en la cabeza y con otro del mismo color envolvió la trenza con la que iba a pagar su manda. Al amanecer se fue a pie a San Juan. Tardó tres meses en ir y venir de Jalisco.
Cuando volvió la nana Gertrudis, mi hermana Juana quien no se había levantado de la cama en todo ese tiempo, la recibió en la puerta. Milagrosamente había mejorado apenas ayer. La abrazó. “¡Nanita!-dijo Juana- ¡ya no tienes tu trenza!” Y la nana con su pelo trasquilado y los ojos llenos de lágrimas le dijo: “No mi niña, la trenza se la di a la virgencita de San Juan y yo ahora te tengo a ti”.
Así fueron las cosas. Ni más ni menos.

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