miércoles, 10 de julio de 2013

El Veliz de Liz


 Por: Susana Valdés Levy.

Liz era una mujer joven pero que había tenido una infancia difícil y triste, algunos tropiezos en la vida, había cometido quizás algunos errores que no se había perdonado, sin embargo nada que no... fuera simplemente humano.
Ella se preguntaba todas las noches antes de dormir: “¿Qué es lo que sucede conmigo?¿ ¿Porqué no puedo tener amigos o encontrar un amor? ¿Qué estoy haciendo tan mal? ¿Por qué todos huyen de mí? ¿Por qué se ha instalado en mi la tristeza?” A veces lloraba y así se quedaba dormida.
Al día siguiente, se levantaba, se aseaba, tendía su cama impecablemente, tomaba su veliz negro y salía a su trabajo. A todas partes donde iba llevaba consigo el pesado veliz que a veces tenía que cargar hasta con las dos manos. Sobre el veliz se sentaba a esperar el camión, lo colocaba a un lado de su escritorio en el trabajo y cuando en raras ocasiones, compartía la mesa del comedor con alguien de la oficina, el inseparable veliz estaba junto a ella a un lado de su silla como una sombra.
El negro veliz era siempre tema de murmuraciones de la gente, tanto frente a ella como a sus espaldas. “Ahí vienen Liz y su veliz”, decían ya que a todas partes cargaba con él. El veliz causaba intriga, curiosidad, morbo, chisme, especulaciones, conjeturas y cuestionamientos. ¿Qué traerá Liz en ese veliz que a todos lados lleva? ¿Qué tanto carga Liz en ese veliz que no la deja ser feliz?
Carlos, un joven apuesto, se fijó en ella y la invitó a tomar un café a un lugarcito lindo junto al parque. Con mucho tacto, el muchacho le dijo a Liz: “¿Quieres mostrarme lo que hay en tu veliz?” Ella se puso pálida y quiso salir huyendo. Cada vez que ella intentaba abrir el veliz, las personas que estaban con ella desaparecían y jamás las volvía a ver. “¡No!” Dijo Liz muy alterada. No quiero abrirlo porque si lo hago, de seguro nunca te volveré a ver y realmente me agradas.
-¿Entonces por qué lo cargas a todas partes? Preguntó el muchacho. -No sé. Respondió Liz. –Lo he cargado siempre, a todas partes donde voy lo llevo conmigo, como si fuera parte de mí. -¿Y no te cansas de cargarlo? Inquirió Carlos. –Sí, dijo Liz, pero no se qué hacer con él, ni dónde ponerlo, y no me atrevo a mostrarle a nadie lo que hay en su interior. Temo que es algo vergonzoso, malo y feo. -¿Quieres decir Liz, que ni tú misma sabes lo que hay ahí dentro? Pregunto el joven. –Yo sí sé, aunque hace mucho que no lo abro, recuerdo el contenido.
-Ábrelo ahora. Dijo el muchacho. – No tengas miedo. Te prometo que no me iré.
Liz abrió el veliz con temor. Se percibía un olor fétido. Vieron que dentro estaba un esqueleto encorvado. Era su pasado doloroso: Sus heridas, sus rencores, sus resentimientos, sus remordimientos, sus tristezas, sus errores, sus pecados, sus vergüenzas estaban ahí. Tan pronto Liz se armó de valor para enfrentarlo, El fantasmal esqueleto se transformó en una fuerza de luz y sabiduría llamada “Experiencia”.
- Liz, -dijo Carlos- el pasado doloroso es un maestro. Si no lo reconocemos, si no lo enfrentamos, si no aprendemos la lección para luego perdonar y dejarlo ir, el maestro morirá si habernos dejado una enseñanza y cargaremos con su cadáver siempre. Del pasado y del dolor solo debes quedarte con la experiencia que te enriquece. Desde ese día, Carlos ha sido el primer amigo y el gran amor de Liz. El veliz se quedó atrás, donde siempre debió estar y el maestro del pasado por fin pudo jubilarse.

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