Por: Susana Valdés
Levy
Coquito era un toro de lidia al que uno de los vaqueros de
la ganadería, un buen muchacho de nombre Juan, le había tomado mucho cariño.
Desde que era un becerro Coquito tuvo un encanto especial. Juan consentía al
torito dándole cubos de azúcar con la mano. Cuando Juan se acercaba, le llamaba
con un silbido y Coquito le reconocía de inmediato. Caminaba lento hasta donde
Juan estaba y lo veía con ojos amistosos. Juan entonces le acariciaba la cabeza
y le daba el azúcar. Coquito pasó a convertirse en un novillo y luego en un
ejemplar maravilloso, fuerte y sano. "Eres un toro muy bien bragado"
le decía Juan a Coquito y el toro asentía como si entendiera el halago. Juan se
hacía de cuantas artimañas pudiera valerse para evitar que se llevaran a Coquito
cuando llegaban los empresarios a comprar toros para las corridas. Se lo
llevaba lejos, lo escondía...hasta que una vez, que Juan se enfermó, llegaron
los empresarios a comprar los ejemplares para el encierro del domingo y
eligieron a Coquito. Cuando juan volvió al trabajo, se llenó de angustia al ver
que el toro no estaba ya en la ganadería. Desesperado Juan preguntó a sus
compañeros quienes le informaron que Coquito estaba ya rumbo a Monterrey y que
formaba pare del encierro para la corrida del fin de semana. Juan se fue tan
pronto como pudo a tomar el autobús para llegar a la ciudad, pero poco pudo
hacer. Entonces compró un boleto para entrar a la corrida. Coquito sería el
tercer toro de la tarde, pero Juan no lo sabía aun. Masacraron a dos bureles y
en eso, anunciaron a Coquito. El matador lo esperaba de frente con el capote y
el picador se preparaba para entrar después de esa suerte. La gente aun no
llenaba de ver sangre, pero ya con algunas cervezas encima y el humo de los
cigarros y los puros, la emoción del ambiente se había relajado. Salió Coquito
como locomotora hacia el centro de la arena. Y Juan, quien estaba sentado en
barrera, gritó: "¡Coquito! Coquito!" y silbó fuerte del modo en que
el toro sabía reconocerle. Juan brincó para meterse en la arena, Quisieron
detenerlo pero nadie pudo. La gente se emocionaba...seguramente el toro bien
bragado aquel haría volar al incauto vaquero por los cielos y luego lo cogería
con los cuernos hasta matarlo frente a la asombrada afición segura de que vería
mucha sangre. ¡Qué espectáculo! Coquito se detuvo...era evidente que ya iba
previamente lastimado, para asegurarse de que saliera bravo. Juan sacó de la
bolsa de su pantalón de mezclilla un puñado de cubos de azúcar. "Ven
Coquito, mi Coquito acércate", le decía Juan al toro....A paso lento aquel
toro de más de 500 kilos se acercó y comió el azúcar de la mano de Juan
mientras este le acariciaba la cabeza entre los cuernos. Juan abrazó al toro
por el pescuezo y éste reclinaba la cabeza sobre el pecho de Juan y dijo:
"¡Les suplico que no lo maten!"...La gente le abucheaba,
decepcionada: "¡Mugroso toro, resultó muy manso y querendón!" Sacaron
al Toro y a Juan de la arena, anunciaron al cuarto toro de la tarde porque
"el show debe continuar". Juntos, Juan y su toro regresaron al pueblo
en un camión de redilas. Coquito no volvió a pisar una plaza de toros y Juan no
volvió jamás a la ganadería. Pero viven en una ranchería donde Juan tiene su
casa.
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