miércoles, 25 de septiembre de 2013

Santos de Hoyos


 Por: Susana Valdés Levy

Hace mucho que no vemos tiempos buenos, pero aquellos años eran particularmente difíciles.  Chiapas era un polvorín, y el clima político nacional: una bomba de tiempo. “No puedo –me dijo Alberto Santos de Hoyos- cobrarle al país un sueldo por un trabajo que las circunstancias, a veces muy denigrantes, no me permiten hacer con la eficiencia que quisiera”. Alberto Santos había hecho campaña y ganó por el PRI para el Senado de la República porque creía en el proyecto político de Colosio, pero como muchos, se había quedado solo en el camino. Esa fue la última vez que el Licenciado Santos participó en política. Me había invitado a trabajar con él después de haber leído algunos de mis artículos, conocía bien a mi familia y confiaba en mí como parte de su equipo de trabajo cercano.

Entonces cada mes, Yolanda su asistente, depositaba el sueldo del Senador en una cuenta bancaria. Me ordenó a mí que así mismo, cada mes buscara una causa en la cual aplicar ese dinero. Una causa que verdaderamente ayudara e hiciera una diferencia para alguien y que lo hiciera con suma discreción. Toda su vida ayudó a la gente, pero durante los 6 años del senado, ayudó a muchos más con dinero que no era un “bono de gestoría”, era su sueldo…íntegro. Tal vez muchos dirán que como él era un empresario rico, la cantidad no hacía gran diferencia en su caso. Sin embargo, no era una “limosna” sino un acto de congruencia para él, devolverle al pueblo aquel “sueldazo” que él no creía estar devengando como debiera.

La verdad es que, El Licenciado Santos era de personalidad sencilla. De hecho, cuando me pedía que elaborara sus discursos, el me daba sus ideas centrales. Luego, yo lo redactaba y se lo presentaba a revisión. Siempre me decía: “Esta bien, pero quítale todos los adjetivos”. Tampoco le gustaban las lisonjas, ni los halagos, ni el rollo.

 Uno de los casos que él ayudó y que yo más recuerdo es el de Demetrio. Era un niño pequeño y hermoso, hijo de campesinos de Nuevo León.  A los 5 años de edad había dejado de caminar. Su padre llorando y con el niño en brazos le pedía desesperadamente ayuda al Lic. Santos. Demetrio tenía distrofia muscular y sus tendones se habían contracturado. La distrofia es incurable, pero había maneras de ayudarle con una cirugía, órtesis y rehabilitación para que, al menos por unos años más pudiera caminar y prolongar su calidad de vida.  Unos meses después, Demetrio llegó caminando de la mano de su papá la oficina. Con su voz de niño chiquito me pidió que si podía entrar a ver al licenciado para darle las gracias. Llevaba una paleta Tutsi-pop en la mano.

Recuerdo ese día cuando Demetrio entró a la oficina del Senador Alberto Santos. Se fue por un lado del escritorio y le dio un gran abrazo, le dio las gracias y le entregó la paleta de dulce. Al senador se le humedecieron los ojos de lágrimas cuando vio al niño entrar por su propio pie. Cuando el niño y su papá se fueron, el Senador me dijo: “Por favor Susana, ya no permitas esto. No es necesario que me den las gracias. Además, siento una especie de gusto mezclado con tristeza que no puedo manejar.”

Alberto Santos de Hoyos dejó de existir a mediados del mes de febrero de este año en curso. Mañana, 13 de septiembre cumpliría 72 años. Lo recuerdo con mucho respeto y gratitud como un gran maestro y como una de las personas más íntegras y congruentes que he conocido.

 

 

 

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