domingo, 13 de octubre de 2013

Convence al "gringo".



Por Susana Valdés Levy.

Yo no quería contar esta historia. Primero porque es biográfica y totalmente real y no me siento muy orgullosa de que algo así me haya sucedido. Pero bueno…hoy me animo a contarla:

Resulta que mi esposo tiene todo el tipo de gringo. Es alto, güero, ojos verdes. Como es médico, y los doctores organizan congresos en diferentes lugares, frecuentemente viajamos para asistir a estos eventos que para mi marido son académicos y para mí son vacaciones.

Así fue que un día llegamos a Puerto Vallarta, Jalisco. Mi esposo estuvo todo el día en sus conferencias y yo disfrutando del sol y del mar, una piña colada, aceite de coco y música de marimba. Ya por la tarde, cuando mi esposo terminó las actividades del congreso para ese día, nos arreglamos para salir a dar un paseo por el  pintoresco pueblo. Mi marido se puso sus bermudas, una camiseta de algodón, sus tenis blancos, lentes de sol y cachucha de los New York Yankees. Yo me puse un vestido de manta que compré en la playa, unos huarachitos y un collar artesanal de turquesas. Caminaríamos por ahí hasta encontrar algún restaurante típico al aire libre para cenar.

Las banquetas son angostas así que mi esposo caminaba unos pasos delante de mí. De pronto, una muchacha sale al paso con unos folletos en la mano y aborda a mi marido creyendo que era americano: “Hey mister, mister…! You wanna go on the boat?” le preguntaba la chica ofreciéndole un boleto para baile y cena a bordo de un barco turístico que parece antiguo y navega por un tramo de la Bahía de Banderas donde hacen show pirotécnico. Pero mi marido no contestó nada haciéndose el desentendido y además yo interrumpí cuando le pedí que me comprara una pulserita de plata que me había gustado y que vi en un aparador.

Pronto la vendedora de boletos se dio cuenta de que yo venía unos pasos atrás. Me vio y me dice: “Oye manita, ¿tu vienes con el gringo verdad?, Convéncelo de que me compre unos boletos para subirse al barco hoy en la noche y yo te paso a ti como si fueras su esposa”

-¡¿Cómo si fuera queeee?! ¡Casi me desmayo con las conjeturas de esta chica! O sea, me vio chaparrita, no güera y más morena que de costumbre gracias al sol de Vallarta, caminando dos pasos atrás de “el gringo”, pidiéndole que me compre una pulserita y pa’ pronto creyó que yo era una “aventura” del turista americano, viendo cómo le sacarle provecho a la situación. ¡Me sentí muy ofendida! ¡Todo mi genotipo, fenotipo, y rasgos ancestrales cayeron sobre mi! Me di cuenta de cómo el prejuicio de esta chica (¡En mi país!) la hizo elaborar, en cuestión de segundos, una historia en la que según ella, yo era una mexicana (“manita”) muy abusada, entreteniendo al gringo a cambio de oportunidades tales como sería “el privilegio” de que me pasaran de a gratis al barco turístico para gorrear un baile y una cena.

Entonces mi cerebro funcionó rápido y le conteste: “no –manita- yo a este gringuito lo traigo bien muerto…me lo voy a llevar a cenar al mejor restaurante de Puerto Vallarta y voy a pedir lo más caro…conmigo, de a gratis ¡nada!

Mi marido no podía ni hablar de la risa que le dio ver y escuchar toda aquella escena. Seguimos caminando y él se carcajeaba mientras yo iba con la boca apretada de coraje. En eso me dice mi esposo: “Oye, manita, manita…estabas bromeando con eso del restaurante más caro ¿verdad? ¡Jajaja!”

-Pues a mi no me pareció chistoso.

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