martes, 14 de mayo de 2013


A mis Maestros
 

Por: Susana Valdés Levy

    En mi familia, -supongo que era parte de la filosofía de vida de mi abuelo que era judío alemán- siempre fue algo importante que todos aprendiéramos a hablar y dominar perfectamente otro idioma, una técnica, un oficio y una profesión. Estoy segura de que mi abuelo veía eso como una verdadera herramienta de supervivencia. Hablar otro idioma es, sin duda, una barrera menos. También era importante que la escuela fuera  además de bilingüe, laica y mixta. “¡Porque el mundo es así!”  Decía mi abuelo Daniel….en el mundo hay de todo y en todo tienes una oportunidad de aprender.

Mi abuela estaba convencida de esa comparación de la mente con el paracaídas: Solo funciona cuando se abre. Una mente abierta es indispensable para comprender la vida hasta donde es posible entenderla.

Mi mamá nos decía que la educación iba a ser nuestra “única herencia”, una herencia que además, nadie nos podría quitar y de la cual podríamos echar mano todo el tiempo sin que se nos acabara. “La educación es una riqueza que ni se gasta, ni se pierde, ni se acaba…siempre la puedes incrementar”

Mi otra abuela me decía que la educación y el conocimiento eran lo que realmente  da seguridad a las personas. “No es una joya costosa, ni un vestido caro, ni un carro lujoso, ni una casa elegante lo que hace valer a las personas…eso solo es decoración. Lo que verdaderamente refina a las personas y las hace brillar, es la educación.”

He visto a lo largo de mi vida, que la educación es como un plato de comida: hay cosas que nos gustan y otras que no. Hay cosas que uno quisiera “devorar” y otras que nos cuesta trabajo digerir. Pero finalmente, solo quien tiene ese plato enfrente puede decidir si lo ingiere o no. Con suerte, algunos estamos rodeados de personas que nos presentan el “platillo” de manera muy apetitosa y se sientan ahí, para asegurarse de que comamos. Pero nadie nos puede obligar a comer del plato del conocimiento y muchos lo desperdician.

Otros nunca tienen la suerte de que alguien les acerque cómodamente ese “alimento” al que llamamos educación y así se quedan. Y hay otros más, que en su hambre de saber, y a pesar de la adversidad  o el difícil acceso, se las arreglan para encontrar una fuente de saber.

La educación siempre ha sido una prioridad, pero ahora que estamos en la llamada Era del Conocimiento, la educación es indispensable. Es la nueva e inagotable fuente de riqueza. Hoy en día, se cumple cabalmente lo que mi abuela decía. “No es más rico el que más tiene, sino el que más sabe.” Además de la familia, son los maestros como los mineros que deben extraer esa riqueza, de entre la burda roca de la ignorancia, pulirla, templarla, fundirla, darle forma y finalmente convertirla en herramienta útil. El buen maestro no es el que mejor enseña, sino el que mejor despierta en sus alumnos el deseo y el hambre de aprender.

El 15 de mayo –mañana- es el Día del Maestro, y yo recuerdo con respeto y cariño a cada uno de ellos: a la maestra de pre-escolar que me enseñó las letras y los números y  a sostener un lápiz, a la que me enseñó a sumar, restar, dividir y multiplicar, a la que me enseñó a respetar a mis compañeros, a admirar y maravillarme con la vida, a la maestra que nos hacía reír y a la que nos hacía sufrir, al maestro que con su amargura me sirvió de mal ejemplo y al que con su amabilidad nos contaba un cuento con moraleja en una mañana lluviosa de lunes y nos hacía pensar. Al que me enseño otro idioma, al que me enseñó un concepto, una técnica, un oficio, un método y una profesión. Al que me enseñó a trabajar, a cumplir, a ser puntual, a no copiar, a darle forma a las idea s… A todos les debo algo importante.

Felicito a todos los maestros y maestras en su día. ¡Gracias!

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