viernes, 9 de agosto de 2013

Muestra Gratis



Por Susana Valdés Levy

Recuerdo que en los noviazgos de las generaciones anteriores, había reglas muy estrictas: Primero, invariablemente, el noviazgo era “la antesala” del matrimonio. Vaya, si no se tenía nada que ofrecer y no estaba en los planes formalizar en algún momento la relación, el noviazgo no tenía razón de ser. La culminación del noviazgo era recibir un anillo de compromiso, pasar a ser “prometidos” y casarse en un tiempo razonable. Segundo: a la novia se le respetaba como lo que era, “la futura madre de los hijos” y en ese mismo tenor, ella se daba a respetar. Había días y horarios de visita para el novio, no se le recibía en la casa si no estaban presentes los padres de la muchacha o algún otro “chaperón” los padres y familiares de los novios no se relacionaban muy confianzudamente” sino hasta que hubiera un compromiso formal de por medio, había horario para salir y también para llegar etc. Miles de requisitos para que aquella “hija de familia” saliera de la casa por la puerta principal y con la bendición de la familia, para iniciar su propio hogar.

No dudo de que muchas parejitas se las arreglaban para darse oportunidades extra motivadas por sus muy activas hormonas y en ocasiones entorpecidas neuronas. Por supuesto había las “escapaditas” y se lograban a base de mentiras a los padres y complicidades con los amigos. Muchos de estos casos terminaban en bodas precoces. Sin embargo se seguían cubriendo las apariencias en virtud de la reputación de las familias.

Curioso es que a pesar de todo aquello, o quizás por eso mismo, muchos matrimonios de entonces han fracasado. Algunos apuestan a decir que con tanto protocolo y tantas restricciones (no les llaman “valores”), nunca tuvieron oportunidad de conocer bien a sus parejas y de ahí que se llevaron tremenda desilusión que condujo al divorcio. Muchos de esos padres decidieron cambiar la estrategia y se volvieron mucho más permisivos con sus hijas e hijos, los tiempos cambiaron junto con ellos y los hijos tienen una forma muy diferente de llevar sus noviazgos. Ahora es común que parejas de jóvenes hablen de relaciones “free” (con derechos pero sin obligaciones), que tengan vida sexual activa, que salgan de viaje en grupos con otras parejas, que no tengan horarios, que los papás de los novios se hagan “cuates”, que vivan juntos sin casarse por un tiempo y lo más sorprendente: ahora resulta que se ve mal que la muchacha de muestras de quererse casar (que “presione”) y también han llegado a aceptar que los muchachos digan que no quieren matrimonio.

Tal vez sea porque vieron cosas tan desagradables en sus casas paternas que no quieren repetir ell error, o también sucede que primero quieran probar si son capaces de hacer las cosas de manera distinta y mejor. Sin embargo, los índices de divorcios, matrimonios fracasados y violencia familiar no han demostrado que lo de hoy sea mejor que lo de antes o viceversa. La diferencia más bien estriba en que antes, “la ropa sucia se lavaba en casa”.

La verdad es que si la mujer desea tener hijos dentro del esquema del matrimonio, el reloj biológico la coloca inexorablemente frente a una carrera contra el tiempo. Por eso algunas chicas presionan para casarse, en cambio los hombres tienen menos prisa, y tienen siempre la oportunidad de casarse cuando quieran con una chica 15 años menor si lo desean. Y es que últimamente los hombres están muy sobrevaluados en ese sentido y la mujer al haber cedido tanto terreno, ha pasado a devaluarse a sí misma y ahí anda recogiendo escombros.

Finalmente lo que vemos es un mercado de parejas jóvenes que parece un bazar persa: todo mundo regatea el compromiso, todos quieren trueque,  todos quieren muestra gratis y pilón, todos quieren mallugar sin comprar o la mercancía “a prueba”, con garantía so pena de devolución. Ni hablar…así está la cosa.

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