Por Susana Valdés Levy
Recuerdo que en los noviazgos de las generaciones
anteriores, había reglas muy estrictas: Primero, invariablemente, el noviazgo
era “la antesala” del matrimonio. Vaya, si no se tenía nada que ofrecer y no
estaba en los planes formalizar en algún momento la relación, el noviazgo no
tenía razón de ser. La culminación del noviazgo era recibir un anillo de compromiso,
pasar a ser “prometidos” y casarse en un tiempo razonable. Segundo: a la novia
se le respetaba como lo que era, “la futura madre de los hijos” y en ese mismo
tenor, ella se daba a respetar. Había días y horarios de visita para el novio,
no se le recibía en la casa si no estaban presentes los padres de la muchacha o
algún otro “chaperón” los padres y familiares de los novios no se relacionaban
muy confianzudamente” sino hasta que hubiera un compromiso formal de por medio,
había horario para salir y también para llegar etc. Miles de requisitos para
que aquella “hija de familia” saliera de la casa por la puerta principal y con
la bendición de la familia, para iniciar su propio hogar.
No dudo de que muchas parejitas se las arreglaban para darse
oportunidades extra motivadas por sus muy activas hormonas y en ocasiones
entorpecidas neuronas. Por supuesto había las “escapaditas” y se lograban a
base de mentiras a los padres y complicidades con los amigos. Muchos de estos
casos terminaban en bodas precoces. Sin embargo se seguían cubriendo las
apariencias en virtud de la reputación de las familias.
Curioso es que a pesar de todo aquello, o quizás por eso
mismo, muchos matrimonios de entonces han fracasado. Algunos apuestan a decir
que con tanto protocolo y tantas restricciones (no les llaman “valores”), nunca
tuvieron oportunidad de conocer bien a sus parejas y de ahí que se llevaron tremenda
desilusión que condujo al divorcio. Muchos de esos padres decidieron cambiar la
estrategia y se volvieron mucho más permisivos con sus hijas e hijos, los
tiempos cambiaron junto con ellos y los hijos tienen una forma muy diferente de
llevar sus noviazgos. Ahora es común que parejas de jóvenes hablen de
relaciones “free” (con derechos pero sin obligaciones), que tengan vida sexual
activa, que salgan de viaje en grupos con otras parejas, que no tengan
horarios, que los papás de los novios se hagan “cuates”, que vivan juntos sin
casarse por un tiempo y lo más sorprendente: ahora resulta que se ve mal que la
muchacha de muestras de quererse casar (que “presione”) y también han llegado a
aceptar que los muchachos digan que no quieren matrimonio.
Tal vez sea porque vieron cosas tan desagradables en sus
casas paternas que no quieren repetir ell error, o también sucede que primero
quieran probar si son capaces de hacer las cosas de manera distinta y mejor.
Sin embargo, los índices de divorcios, matrimonios fracasados y violencia
familiar no han demostrado que lo de hoy sea mejor que lo de antes o viceversa.
La diferencia más bien estriba en que antes, “la ropa sucia se lavaba en casa”.
La verdad es que si la mujer desea tener hijos dentro del
esquema del matrimonio, el reloj biológico la coloca inexorablemente frente a
una carrera contra el tiempo. Por eso algunas chicas presionan para casarse, en
cambio los hombres tienen menos prisa, y tienen siempre la oportunidad de
casarse cuando quieran con una chica 15 años menor si lo desean. Y es que últimamente
los hombres están muy sobrevaluados en ese sentido y la mujer al haber cedido
tanto terreno, ha pasado a devaluarse a sí misma y ahí anda recogiendo
escombros.
Finalmente lo que vemos es un mercado de parejas jóvenes que
parece un bazar persa: todo mundo regatea el compromiso, todos quieren trueque,
todos quieren muestra gratis y pilón,
todos quieren mallugar sin comprar o la mercancía “a prueba”, con garantía so
pena de devolución. Ni hablar…así está la cosa.
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