Por: Susana Valdés Levy.
Hubo un tiempo, cuando me llevaba mi abuelo Daniel, en el
que me gustaba ir al circo. Bueno, me gustaba y no. Había cosas que me
angustiaban y otras que me daban miedo. Pero esas angustias se olvidan. El olor
a aserrín de la pista, las luces, el desfile de artistas al inicio del
espectáculo. Los trapecistas y alambristas, los tigres, los elefantes, los
payasitos enanos, el que se metía en una esfera de malla de acero a dar vueltas
montado en una moto, la contorsionista, el de la catapulta…Yo no salía de mi
asombro. El circo era otro mundo.
Muchos años después, cuando mi hija tenía tres años, mi mamá
y yo decidimos llevar a mi niña a un circo que se había instalado en el lecho
del Rio Santa Catarina. Yo estaba segura de que todo niño debe tener esa
experiencia. Era evidente que el circo, aunque era uno “bueno”, ya no tenía el
glamour que tuvieron los circos de antes. O tal vez yo ya lo veía diferente,
como en decadencia.
Me acababan de pagar mi sueldo, yo traía todo el síndrome de
mamá que trabaja y recién divorciada que
quiere compensar la ausencia con abundancia,
así que me lucí comprándole a mi hija y a mamá asientos en palco…primera
fila. ¡Oh, craso error! A la niña le compré el sombrerito y la linternita, y la
corneta, palomitas, refresco, nariz de payasito y cuanta chacharita pasaban a
vender. Y empieza la función.
Primer acto: “¡La torre humana!” Y salen tres jóvenes, dos
hombres y una mujer vestidos con leotardos grises. Un muchacho se paraba en los
hombros del otro y finalmente la chica saltaba desde una catapulta para caer
parada de manos sobre los hombros del segundo muchacho…Pero le falló. En primera
fila vimos como la chica cayó de cara al piso y ya no se levantó. Yo pude
escuchar cómo le tronaron los dientes. (¡Crach!) La levantaron
inconsciente…pero, “el show debe continuar”.
Segundo acto: “¡Los gatos amaestrados!” –Vaya, ¡qué difícil!
…Sacaron un gran baúl y lo pusieron junto al domador de gatos. Aplausos…El
domador abrió el baúl y unos 30 gatos enfurecidos salieron corriendo en todas
direcciones brincando, maullando y bufando por encima del público
(incluyéndonos) y huyeron de la carpa para nunca más volver…En el tercer acto,
que era de trapecistas, se soltó el trapecio pero afortunadamente había red.
El siguiente acto que vendría después del intermedio, era el
de los tigres de bengala. A como venían
resultando las cosas en este desafortunado circo, decidimos no quedarnos a ver
si acaso algo podía salir mal con los enormes felinos mientras nosotros
estábamos en primera fila, listas para convertirnos en la cena y botana de esos
animalitos. ¡No, de plano, vámonos de aquí, el circo ya no es como antes!
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