Por: Susana Valdés Levy
Tengo amigos de mi edad que ya no tienen a sus padres. Ellos me dicen que nunca se es demasiado "adulto" para aceptar la orfandad. Los padres siempre hacen falta. Algunos de ellos, que y...a no tienen a sus padres en este mundo, me dicen que en sus oraciones los buscan y hablan con ellos para pedirles consejo. Y sí, el consejo, la querencia, el aroma de la casa paterna, la raíz. Nos creemos autosuficientes e independientes y, tal vez en la mayoría de los casos lo seamos...Pero a veces, la vida nos golpea, nos confunde, nos asusta o nos pierde y pensamos en los padres y en la casa donde crecimos.
Ya como adultos, vamos a casa de los padres nada más a "tocar base", a reencontrarnos con nosotros mismos. No contamos nuestros problemas para no mortificar a los viejos. Pero nos alivia su presencia, su hospitalidad, su calma y la sencillez de su vida. Nos reconforta el abrazo de bienvenida de mamá, la sensatez y la calma de papá, el calor del hogar paterno...Ese mensaje que nos dan con su sola forma de llevar la vida, contentándose con tan poquito, donde nos dicen que nada es tan grave, ni tan malo, ni tan trascendente, ni tan importante como creemos.
Hoy llevé a mi mamá a cenar a un restaurante. Platicamos mucho y algunos de mis problemas cotidianos se escabulleron y se dejaron entrever por más que quisiera contenerlos. No tuve que decir mucho...Mamá, como todas las madres, sabe leer la mente y el alma de sus hijos. Entonces, me contó la historia de un hombre llamado Juan.
Hija, me dijo -Juan era un hombre que estaba muy cansado, agobiado y muy fatigado de llevar a cuestas su cruz. Un día Juan habló con Dios y le dijo de su cansancio. "Señor, ya no puedo más. Esta cruz que llevo a cuestas es muy pesada. Estoy cansado, fatigado, no puedo más. Por favor, cambia mi carga por otra distinta". Entonces Dios le dijo a Juan: -"Hijo, ahí en esa puerta que está frente a ti tengo una bodega llena de cruces. Hay muchas y de todos tipos. Entra ahí, deja tu cruz y cámbiala por la que tú quieras o prefieras de entre todas las que ahí encuentres."
Entonces Juan entró a la bodega y vio todas y cada una de las cruces que había en el inventario de se almacén. Tardó un buen rato y al cabo de un tiempo largo salió diciendo: "Dios, he recorrido el almacén de cruces y te agradezco la oportunidad de permitirme ver que cada cruz tiene su peso y que, aun que unas parezcan menos gravosas que otras, la única que puedo cargar es la mía, porque mi cruz representa mi propio camino, mi verdad y mi vida, representa aquello que solo yo puedo entender, enfrentar y resolver para encontrar mi propio Ser y encuentro con la divinidad que hay en mi. Si es la historia de mi vida ¿Quién más habría de cargarla? Descubrí que sólo mi cruz me corresponde. Me quedo con mi propia cruz."
Entendí el mensaje y en ese momento vi a mi madre, con todo el amor, el respeto y la admiración que uno puede sentir para con quien nos ha forjado el carácter y el espíritu. La veo como a quien no solo da la vida, sino que además espera habernos dado el valor y las agallas para enfrentar la vida que nos toca vivir con dignidad y fortaleza y resolver el enigma de nuestra cruz, que puede ser martirio o puede ser gloria.
Hoy se que lo que tengo que hacer. ¡Gracias mamá!
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