lunes, 16 de septiembre de 2013

Beulah, 1967


 Por: Susana Valdés Levy
Más o menos por estas fechas de septiembre, pero en el año de 1967, tuve mi primera experiencia con la "furia" de la naturaleza. Yo tenía 5 años y vivía con mi familia, por cuestiones del trabajo de mi p...apá, en Cd. Mante, Tamaulipas.
Así fue que el embate del Huracán Beulah, que entró a México por la península de Yucatán como huracán categoría 5 y "subió" por la costa del Golfo de México a la altura de Tamaulipas, me enseñó el significado de las palabras emergencia, incomunicación, devastación, inundación, desbordamiento, destrucción, peligro y otras más.
Como suele suceder en las comunidades pequeñas (y también en las grandes), los niveles o clases sociales se pueden identificar fácilmente porque hay casotas, casas y casitas. En el Mante esto era muy evidente en 1967, especialmente porque las casotas, las casas y las casitas podían estar juntas, una al lado de la otra en un grosero contraste.
Yo vivía en una casa y al otro lado de la cerca de alambre vivía una numerosa familia en una casita o tejaban. Ese día de septiembre yo veía por la ventana el "espectáculo de terror" sin precedente para mí, del Beulah. Las palmeras se mecían de un lado a otro cual si fueran un péndulo y después como si fueran un chicote que azotaba el suelo, rugía el viento, caían cortinas de agua, se fue la luz. Me decían que me quitara de enfrente de la ventana pues el vidrio podría reventarse con la fuerza del viento que aullaba.
Hasta entonces, no había visto tanta agua, tanto viento, tanta furia y posteriormente, tanta destrucción. Parecía como si un gigante hubiera pasado por el pueblo aplastándolo sin piedad y dejándolo pisoteado.
Mientras pude asomarme por la ventana, vi como el techo de lámina de la casita de al lado se desprendía y volaba por el aire cual si fuera una hoja de papel. Después, volaron las tablas, las ropas, los trapos y las pocas pertenencias de aquella familia donde vivía una niña más o menos de mi edad. Aprendí también como la pobreza va de la mano con la vulnerabilidad.
Aunque esa familia había sido previamente evacuada y llevada a un albergue, era claro que al volver no encontrarían nada de lo que habían dejado cuando tuvieron que huir de su casita para buscar refugio oficial.
Entendí, viéndolo de muy cerca, que a veces estamos más expuestos de lo que quisiéramos, que la naturaleza puede ser inclemente, que la pobreza nos hace más vulnerables. Aprendí que las casotas eran fortalezas, las casas eran más o menos capaces de resistir y que las casitas desaparecían del mapa. Como en el cuento de Los Tres Cochinitos y el Lobo Feroz, donde el huracán era precisamente un lobo furibundo. Descubrí que los huracanes son manifestaciones de la naturaleza tan impactantes y dignos de atemorizante respeto, que hasta nombre les ponemos.

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