Hace mucho que no vemos tiempos buenos, pero aquellos años
eran particularmente difíciles. Chiapas
era un polvorín, y el clima político nacional: una bomba de tiempo. “No puedo –me dijo Alberto Santos de Hoyos- cobrarle al país
un sueldo por un trabajo que las circunstancias, a veces muy denigrantes, no me
permiten hacer con la eficiencia que quisiera”. Alberto Santos había hecho
campaña y ganó por el PRI para el Senado de la República porque creía en el
proyecto político de Colosio, pero como muchos, se había quedado solo en el
camino. Esa fue la última vez que el Licenciado Santos participó en política.
Me había invitado a trabajar con él después de haber leído algunos de mis
artículos, conocía bien a mi familia y confiaba en mí como parte de su equipo
de trabajo cercano.
Entonces cada mes, Yolanda su asistente, depositaba el
sueldo del Senador en una cuenta bancaria. Me ordenó a mí que así mismo, cada
mes buscara una causa en la cual aplicar ese dinero. Una causa que
verdaderamente ayudara e hiciera una diferencia para alguien y que lo hiciera con
suma discreción. Toda su vida ayudó a la gente, pero durante los 6 años del
senado, ayudó a muchos más con dinero que no era un “bono de gestoría”, era su
sueldo…íntegro. Tal vez muchos dirán que como él era un empresario rico, la
cantidad no hacía gran diferencia en su caso. Sin embargo, no era una “limosna”
sino un acto de congruencia para él, devolverle al pueblo aquel “sueldazo” que
él no creía estar devengando como debiera.
La verdad es que, El Licenciado Santos era de personalidad
sencilla. De hecho, cuando me pedía que elaborara sus discursos, el me daba sus
ideas centrales. Luego, yo lo redactaba y se lo presentaba a revisión. Siempre
me decía: “Esta bien, pero quítale todos los adjetivos”. Tampoco le gustaban
las lisonjas, ni los halagos, ni el rollo.
Uno de los casos que
él ayudó y que yo más recuerdo es el de Demetrio. Era un niño pequeño y
hermoso, hijo de campesinos de Nuevo León.
A los 5 años de edad había dejado de caminar. Su padre llorando y con el
niño en brazos le pedía desesperadamente ayuda al Lic. Santos. Demetrio tenía
distrofia muscular y sus tendones se habían contracturado. La distrofia es
incurable, pero había maneras de ayudarle con una cirugía, órtesis y
rehabilitación para que, al menos por unos años más pudiera caminar y prolongar
su calidad de vida. Unos meses después,
Demetrio llegó caminando de la mano de su papá la oficina. Con su voz de niño
chiquito me pidió que si podía entrar a ver al licenciado para darle las
gracias. Llevaba una paleta Tutsi-pop en la mano.
Recuerdo ese día cuando Demetrio entró a la oficina del
Senador Alberto Santos. Se fue por un lado del escritorio y le dio un gran
abrazo, le dio las gracias y le entregó la paleta de dulce. Al senador se le
humedecieron los ojos de lágrimas cuando vio al niño entrar por su propio pie.
Cuando el niño y su papá se fueron, el Senador me dijo: “Por favor Susana, ya
no permitas esto. No es necesario que me den las gracias. Además, siento una
especie de gusto mezclado con tristeza que no puedo manejar.”
Alberto Santos de Hoyos dejó de existir a mediados del mes
de febrero de este año en curso. Mañana, 13 de septiembre cumpliría 72 años. Lo
recuerdo con mucho respeto y gratitud como un gran maestro y como una de las
personas más íntegras y congruentes que he conocido.