miércoles, 10 de julio de 2013

La Melena de Elena


 Por Susana Valdés Levy.
La menor de mis hermanas llegó al mundo en Monterrey, Nuevo León en el año de 1862. Al nacer, blanca como la porcelana, Elena era completamente calva como un cascaron de huevo. Al día siguiente, cuando abrió los ojos, todos los presentes se quedaron deslumbrados con un destello verde. -¡Son esmeraldas! -¡No! ¡Son turquesas! Decían.
Como a eso de los seis meses, Elena era una bebé rolliza y preciosa, pero todavía estaba sin un solo pelo. Nadie se preocupaba ni dudaba de la excelente salud de la niña hasta que un día amaneció sin querer probar bocado y ardiendo en fiebre. Llegó el doctor para revisar a la niña y no encontró nada extraño a excepción de una ligera inflamación en las encías que seguramente anunciaba el brote de los primeros dientes. Días después nos dimos cuenta de que Elenita estaba muy sensible y lloraba cuando le tocaban la cabeza. La piel que le cubría el cráneo estaba abultada, hinchada, enrojecida y como rellena de estopa.
-¡No son las encías ni los dientes lo que tiene a esta criatura con fiebre, lo que pasa es que le va a brotar el pelo!-Dijo la nana. -El problema es que tiene la piel tan lisa y tersa que el pelo no puede salir. Lo tiene atorado.
Entonces la nana, cerró los ojos, alzó las manos, asintió con la cabeza como si estuviera escuchado una instrucción precisa y se fue a la cocina a preparar una pasta a manera de ungüento con una receta secreta que según ella le habían dado unos ángeles. La mezcla era a base de cáscara de nuez de castilla, cuatro huevos de gallo-gallina, chile cascabel, chile guajillo, chile ancho, hojas de albahaca, menta y hierbabuena molidas y un chorrito de aceite de ricino. Lo puso todo a calentar a baño María, cuando estuvo más que tibio y menos que caliente, se lo untó en la cabeza a Elena. Le dio un buen masaje al que la bebé respondía con gorjeos de alivio y le envolvió la cabeza con un paño a manera de turbante. Luego, la dejó sentada por un rato bajo el tibio sol de la mañana junto a unos geranios.
Al cabo de un rato la nana fue a darle una vuelta a la niña que se había quedado plácidamente dormida sobre los cojines que colocaron a su alrededor. La nana la tomó en brazos para llevarla a su cuna pero al levantarla, el turbante se deshizo y el paño cayó al suelo. De la cabeza de Elenita colgaba hasta el piso la más exuberante melena roja como una cascada de fuego que contrastaba con sus ojos de gata.
Toda la familia se acercó a ver los hechos. El bullicio había despertado a Elena que estaba feliz y sonriente. Nunca nadie había visto cosa igual. Tenían desde entonces que peinarla con un cepillo especial para las crines de los caballos, le domaban el pelo con petróleo y se lo perfumaban con agua de rosas. Su cabellera era tan abundante y fuerte que se lo cortaban cada semana con las tijeras podadoras del jardín porque las tijeras normales no le servían.
Pronto se corrió la voz sobre la milagrosa pócima de la nana y una fila de calvos y calvas se formaba a la puerta de la casa todos los días para comprarle la receta. Curiosamente, a nadie más le funcionó. La nana dice que todo tiene remedio y que los ángeles nos tienen una receta para cada cosa a cada quien. El problema es que no sabemos escucharlos y mucho menos hacerles caso.

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