Por Susana Valdés Levy.
Esto es casi una confesión o digamos una confidencia. Desde
que inicié mi carrera, yo me levantaba muy temprano, me metía a bañar, me
maquillaba, me peinaba, elegía con sumo cuidado la ropa que me iba a poner.
Tenía que acordarme de cuándo era la última vez que me había puesto esa blusa o
ese pantalón para ir al trabajo en la tele. Entre tanto estaba pensando cómo
decir esto o aquello según fuera la nota del día, “la de ocho” como le dicen
haciendo alusión a la nota de ocho columnas como se presentaban en la primera
plana de los periódicos las noticias más importantes.
Llegaba al canal con anticipación. Saludaba a todos y en
especial a mi súper productora Ixchel Rodríguez quien ya había hecho mancuerna mediática
conmigo en radio. Luego invariablemente a Pancho Villarreal que era mi asesor editorial. En ellos confiaba plenamente y hasta la fecha.
¿Qué comentar? ¿Cómo decirlo? ¿Por dónde empezamos? En ese tiempo la
improvisación era solo un recurso pero nunca la norma, como parece ser ahora.
El orden era estricto. Invariablemente me ponía nerviosa. Es mucha
responsabilidad. Un poco de polvo en la cara para no brillar con las luces.
¡Corre al estudio, vamos al aire! El floor-manager iniciaba el conteo regresivo
marcándome el tiempo con los dedos de su mano en alto: 4-3-2-“¡Queue!” (quiú,
se pronuncia).
Así fue por muchos años, de lunes a viernes, puntual sin
faltar más que por causas de fuerza mayor, trabajando en Navidad, Año Nuevo,
Semana Santa, durante los huracanes, en tiempos de balaceras, apoyándome en un
magnífico equipo de reporteros, camarógrafos, switcher, redactores, jefes de
información, gerente de noticias, editores, mesa de asignaciones, productora
conectada a mi oído derecho con el famoso “chícharo” que cuando uno está al
aire es casi como un cordón umbilical que te mantiene conectado con la cabina
de mando.
Cada día era un nuevo comienzo. La angustia del rating, la competencia
¿qué está diciendo Maria Julia? ¿Ya sacó la nota Lety Benavides? Ellas son mis
amigas, las quiero y respeto. Pero al aire, éramos colegas en competencia a la misma
hora y distinto canal. Mi comadre María Julia considerada un titán invencible.
¡Todos la aman! Yo no quería ser como ella, porque no podía…yo soy yo. Ofrezco
al público otro manejo de la información. Otro estilo. No a todos les gusta.
Azcárraga me dijo: “No quiero otra María Julia, ella es única, un personaje. No
la imiten pues se convertirán solo en una mala copia. Hay que ofrecer otra
alternativa…eso es todo.”
Faltó mencionar a las telefonistas. Ellas son
indispensables. Son la retroalimentación, son las receptoras del feed-back
inmediato. Ellas tienen la tarea de pasar todas las llamadas, sin flitro ni
cambios. No faltaban algunas con una felicitación, un saludo, una petición.
Pero hubo muchas también con feroces y crueles críticas: “Qué feo te peinaste
hoy”, “Qué mal te queda el color de esa blusa” “¿Engordaste?” “¡Ya quiten a esa
conductora, está muy vieja!”, “¡Agarraste la jarra ayer? ¡traes muchas ojeras!”
Bueno, por lo despiadado y lo cruel no paramos.
Acepto que al principio me afectaba mucho. Me agüitaba, me
dolía. Igual me decían que yo era una simple “lectora de noticias” como me
decían: “¡Qué estupidez tan grande has dicho!” Total era lo mismo limitarme a
leer que dar un comentario editorial. De todos modos yo era una idiota o poco profesional, o cosas peores. También
había gente amable que me llamaba para decirme cosas buenas. Con los años mi
ego se amansó. Aprendí a no creerme ni los insultos ni los halagos. Aprendí a
blindar mi alma para no salir herida ni inflada. Aprendí a valorar la crítica
tanto como el aprecio y de ahí a reforzar lo que estaba bien y a corregir lo
que podía arreglarse o mejorar.
Ese aprendizaje me ha servido mucho en mi vida personal, me
ayudó a crecer, a ser más fuerte, más resistente a la opinión de otros sin por
eso dejar de tomarla en cuenta. Estar en el medio es de miedo. La competencia
es feroz, la crítica es agria y duele, el halago marea y el poder envilece.
Lo verderamente importante es no perder de vista jamás que
uno está ahí para servir a una comunidad y que siempre, siempre se puede y se
debe mejorar.
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