miércoles, 10 de julio de 2013

Nomás porque no hay tortillas.


 

Por: Susana Valdés Levy

Oscar había terminado la carrera de Odontología  en la Ciudad de México en los años 50’s y había decidido continuar estudiando para especializarse como cirujano maxilofacial. En aquel tiempo se podían hacer cosas, que ahora ya no se hacen más,  en aras de enriquecer el aprendizaje.

Como el dinero no le sobraba, más bien le faltaba,  Oscar rentaba y compartía los gastos de un departamento con un amigo de nombre Alberto que trabajaba en la morgue de la ciudad. Normalmente, Oscar se movía a todas partes en camión urbano y así iba y venía a diario, sin más pretensión que terminar su especialidad y regresar a Monterrey para poner su consultorio dental.

En una ocasión, tuvo necesidad de hacer un minucioso estudio anatómico para lo cual tenía que hacer una disección de cadáver. Era sábado por la mañana y el reporte debía entregarlo el siguiente miércoles. Tenía el tiempo encima y se sentía muy angustiado. Alberto le dijo: -“¿Sabes?, ahí en la morgue hay muchos N.N., cuerpos que nadie ha reclamado. Los tenemos en un refrigerador pero al cabo de un tiempo, los despachamos a la fosa común. ¿Por qué no vas y te doy la cabeza de uno de esos cuerpos? Es fácil. Puedes traerte la cabeza al departamento y hacer tu trabajo aquí. Casi no hay empleados en el depósito de cadáveres los domingos. Los muertos nuevos nos llegan el lunes temprano, a nadie le importa.”

Oscar era escrupuloso, pero  la oferta era muy tentadora y además la única forma en que podía terminar su tarea a tiempo. Estuvo de acuerdo y al día siguiente se fue en camión hasta a la morgue que quedaba muy lejos. Alberto ya estaba esperándolo ahí con la cabeza del cadáver en una charola de aluminio. Oscar se puso unos guantes y la echo en una doble bolsa de papel estraza. Enrolló la parte superior de la bolsa para cerrarla y tomó el camión de regreso al departamento para ponerse manos a la obra cuanto antes.

El autobús iba lleno y no había lugar para sentarse en el camión y tuvo que irse parado todo el camino. Con una mano se sostenía del tubo y con la otra el bulto que pesaba unos 5 kilos. Oscar se sentía incómodo y pensaba:. ¿Cómo era que Alberto había decapitado a un cadáver nomás así de fácil para darle la cabeza que ahora él llevaba en una bolsita? ¿Quién sería en vida esta persona? ¿Por qué nadie lo había reclamado? ¡¿Qué habría hecho esa persona que al morir a nadie le importó?! ¿Acaso no tuvo familia, amigos o por lo menos algún conocido que notara su ausencia y que hubiera querido darle cristiana sepultura? Eso iba pensando Oscar  cuando un percance lo sacó de sus cavilaciones.

Como sucede casi siempre, el camión chocó levemente con otro que iba adelante y todos los pasajeros se zangolotearon. Oscar perdió el equilibrio y soltó el bulto para sostenerse. La cabeza del muerto salió de la bolsa y rodó como bola de boliche por el pasillo central del camión entre los pies de la gente. Los alaridos de horror no se hicieron esperar. La gente se salía despavorida por las ventanas. Le llamaron a un gendarme que estaba en la esquina. Cuando el policía subió al camión, ya solo están ahí Oscar, a quien se llevaron detenido y la cabeza del muerto que era la “evidencia”.

Hechas las explicaciones pertinentes en la delegación y todo aclarado, Oscar se pudo ir a casa y hasta le devolvieron la cabeza. Los policías, que tienen su peculiar sentido del humor, le decían entre risas: “Ándese pa’ su casa amigo, y cuídese de no andar perdiendo la cabeza, la próxima nos la quedamos aquí, pa’ la barbacoa del domingo! ¡Esta vez se la puede llevar nomás porque no hay tortillas!”

 

¡Qué delicioso vermiccelli!


 Por Susana Valdés Levy.
"La clase ante todo" decía mi abuela. Y una tía más claridosa decía "¡Te podrán ver en dificultades, pero jodida nunca!" Algo así como esa frase "Antes muerta que sencilla".
El punto de es...ta narración es que Doña Ana María había sido una niña rica venida a menos porque su padre había perdido la fortuna familiar en un mal negocio. Su educación, sus gustos, su cultura, sus amistades formaban una realidad que ya no era la que fue. Había nacido en cuna de oro, pero por mortaja tuvo un petate.
En su adolescencia, siendo ella una muchacha bastante linda, se presentó en dos bailes seguidos con el mismo vestido. Su madre le decía, citando a Diógenes, que "la belleza es la mejor carta de presentación" y que mientras fuera limpia, perfumada, hermosa y digna, nadie se daría cuenta que llevaba un vestido repetido. Pero no era así...las élites son crueles y un chico, nuevo rico y correntón, pero que a ella le gustaba se acercó y le dijo: "Ana María, me gustas mucho y hasta te pediría que fueras mi novia, si no fuera porque eres pobre." Ese episodio marcó a Ana María de por vida. Se dio cuenta de que hay gente que le rinde culto al dinero, al estatus, a lo material, a la casa, al carro, a la ropa, al código postal y que el cambio en el saldo de una cuenta bancaria, puede cambiar lo que la gente piensa de una persona.
Doña Ana María, según me contaba mi abuela, nunca perdió la clase y la elegancia, sin embargo, la dificultad la perseguía.
Dañada en su autoestima, por el rechazo de los "suyos" se casó con un borracho, que al poco tiempo se enfermó y murió. Ahora sí que Doña Ana María estaba en la calle. Se vestía con sus viejas galas, vestidos de buenas telas pero pasados de moda y todos los días a la hora de la comida llegaba "por necesaria casualidad" a casa de mi abuela, quien la apreciaba mucho y siempre la invitaba a comer. Platicaban de todo porque Doña Ana María era muy culta y asidua lectora. Sus temas de conversación eran interesantes e inagotables.
-Me vas a disculpar Ana María, -decía mi abuela-, pero la comida de hoy es muy sencilla, es comida casera, tu sabes. Mientras le servía un simple plato de fideos con caldo de frijol y un picadillo.
Doña Ana María tomaba la sopa con mucha elegancia y protocolo, (no había probado bocado desde ayer y el hambre es canija) y entonces con una sonrisa y llena de gratitud decía: "María del Socorro, ¡Que delicioso vermiccelli!" (ese es el nombre italiano del fideo común y quiere decir "gusanitos")
La verdad es que mi abuela preparaba una sopa de fideos con caldo de frijol que era alucinantemente deliciosa. Pero ese no es el punto. El asunto es que Doña Ana María era una dama y excelente compañía, era culta, fina, elegante pero sobretodo, era agradecida y noble, señal inequívoca de su buena cuna. Con esa historia yo aprendí que la clase no se compra, con eso se nace. Y algo más: el que nace con clase, con clase se muere, aunque sea sobre un humilde petate.

Los pies de la nana Gertrudis.


 Por: Susana Valdés Levy
1862, Monterrey, Nuevo León. Yo soy Dolores Llano y quiero dar testimonio de algo que creo importante: Mi hermana Juana ha estado muy enferma. Desde hace tiempo tiene un dolor que nadi...e sabe qué es. Ya tiene meses en cama. Hace mucho calor y aunque la casa por ser de sillar, siempre está agradable, en la cocina se acumula el bochorno y con el calor del comal se pone peor. La nana se sale al patio de vez en cuando a tomar aire fresco. Estoy hablando quedito porque la nana está dormida aquí donde hacen sombra las parras de la pérgola. La nana Gertrudis nos ha cuidado desde niñas a Juana y a mí porque mamá siempre ha padecido de migrañas, necesita enclaustrarse en su cuarto días enteros con todas las cortinas cerradas y no nos tiene paciencia.
Bien dormida parece estar la nana en su mecedora con los pies puestos y cruzados sobre una tina colocada al revés como si fuera un taburete. Tiene los pies morenos y gordos, de piel gruesa. Todos sus dedos son anchos y tiene las uñas amarillentas y cuarteadas como el marfil antiguo. Sus pies parecen dos pencas de nopal con cinco tunas. Me pregunto por qué le daría Dios unos pies tan grandes siendo ella tan chaparrita.
La trenza larga y canosa cuelga hasta el piso por encima del respaldo de la mecedora. Empieza abundante y gruesa y termina en un hilo de unos cuantos pelos. Cuando la nana está de pie, la trenza le llega casi hasta los tobillos. Dice que no se la corta, que no se la ha cortado nunca porque es para pagar una manda. Todavía no sabe qué manda va a pagar, pero dice que está ahorrando. “El día que tenga que pedirle algo muy grande y muy difícil a la Cihualpilli, o sea a la Virgen de San Juan, le voy a ofrecer mi trenza. Me la voy a mochar y personalmente se la voy a llevar a pie hasta San Juan de los Lagos.”
No lo había pensado yo antes, pero ahí está la respuesta: para eso fue que le dio Dios unos pies tan fuertes y grandes. Son para cuando tenga que irse caminando descalza hasta Jalisco. Habría una señal y fue esa noche, cuando nos despertó un gemido profundo. Era mi hermana enferma que ya no podía más con el dolor.
Al día siguiente la nana tomó las tijeras y sin darle mucho pensamiento se las puso en la nuca. Yo cerré los ojos para no ver pero pude oír el roce de las hojas de metal de la tijera cuando se cierran una sobre la otra. La trenza está cortada. La nana se puso un paliacate en la cabeza y con otro del mismo color envolvió la trenza con la que iba a pagar su manda. Al amanecer se fue a pie a San Juan. Tardó tres meses en ir y venir de Jalisco.
Cuando volvió la nana Gertrudis, mi hermana Juana quien no se había levantado de la cama en todo ese tiempo, la recibió en la puerta. Milagrosamente había mejorado apenas ayer. La abrazó. “¡Nanita!-dijo Juana- ¡ya no tienes tu trenza!” Y la nana con su pelo trasquilado y los ojos llenos de lágrimas le dijo: “No mi niña, la trenza se la di a la virgencita de San Juan y yo ahora te tengo a ti”.
Así fueron las cosas. Ni más ni menos.

La Tristeza de Ida no tuvo vuelta.


 Por Susana Valdés Levy.
No salieron de Alemania huyendo de la guerra o del Holocausto. Salieron mucho antes, casi 40 años antes de la Segunda Guerra Mundial buscando nuevas oportunidades. Gustavo Levy e Ida Meyer no se conocían pero el destino tenía un plan para ellos. Un día, mientras Gustavo, recién llegado a la ciudad de Monterrey estaba sentado solo en la cafetería de un hotel, escuchó que una pareja que estaba en la mesa contigua conversaba en alemán. No pudo evitar acercarse y pedirles que le permitieran acompañarles. No era algo común encontrarse con gente que hablara su idioma en un país tan lejano al suyo y la verdad es que Gustavo se sentía muy solo.
Por un buen rato, Gustavo pensó que la pareja era un matrimonio, primero se enteró que venían de Alemania y luego, ya con el avance de la conversación supo que eran hermano y hermana. Que eran judíos al igual que él, venían de Nueva York y que estaban de paso por la ciudad en su trayecto a la ciudad de México. Intercambiaron direcciones y quedaron en escribirse. Los hermanos Meyer continuaron su viaje y las cartas iban y venían entre Gustavo e Ida sin más sentimiento que una incipiente amistad lograda en un único encuentro.
Meses después Ida escribe pidiendo ayuda para viajar de regreso a Nueva York, donde tenía algunos familiares. Se había quedado sola en México pues su hermano había enfermado de neumonía y había fallecido. Gustavo era joven y soltero al igual que Ida. Como la oportunidad no llega dos veces, Gustavo respondió a la carta con una propuesta de matrimonio: “Los dos somos alemanes, hablamos el mismo idioma, los dos somos jóvenes, somos judíos y los dos estamos solos. No vamos a encontrar mucha gente con estas características aquí. Hagamos nuestra propia familia. Casémonos. Envío dinero para tu viaje a Monterrey.”
Se casaron y tuvieron varios hijos, entre ellos mi abuelo Daniel. La bisabuela Ida nunca pudo adaptarse a México, no quiso jamás aprender español y posteriormente, la muerte de su única hija mujer Elena, quien falleció a los 8 años de edad a consecuencia de la diabetes mellitus, le destrozó el alma cargándola con una tristeza indescriptible e insuperable.
Cuentan que el bisabuelo y sus hijos varones trabajaban de sol a sol, tratando de formar un patrimonio con mucho esfuerzo. Llegaban cansados y hambrientos ya entrada la noche a su casa después de una exhaustiva jornada de trabajo y encontraban la casa vacía. Ida no estaba, como no había estado la noche anterior, ni la anterior a esa. Ya sabían dónde buscarla. Ida se había ido (¡Qué bien le quedaba el nombre!). Se había ido a donde iba cada noche cuando la tristeza la abrazaba.
Cada noche iban a buscarla al mismo lugar y la encontraban, en la oscuridad más absoluta en medio del cementerio, sentada junto a la sepultura de la pequeña Elenita. Entre sollozos, Ida le cantaba canciones en alemán mientras acariciaba la fría loza de la tumba de su hijita. Gustavo y los hijos la arropaban con una frazada y la llevaban de vuelta a la casa sin pronunciar palabra. Así fue siempre…así fue que la tristeza de Ida había llegado para quedarse.

El “Niño Dios” que no podía entrar a Misa.


 Por: Susana Valdés Levy
Afortunadamente la iglesia Católica ha cambiado mucho en cuanto a la tolerancia y aceptación de la diversidad religiosa. Gran parte de esto se le debe a la visión humanista... de Juan pablo II, quien por cierto, fue el primer Papa no italiano en siglos y también el primero en visitar personalmente una sinagoga. Esto tiene qué ver mucho con su historia personal pues en su natal Polonia, Karol Jozef Wojtyla tuvo como mejor amigo a un niño judío de nombre Jerzy Kluger.
Pero antes no era así. Lo que les voy a contar no tiene rencores ni resentimientos. Yo no quiero atacar a la iglesia, más bien deseo reconocer sus avances. Esto es solo una anécdota: Por muchos años, la iglesia católica promovió y patrocinó el antisemitismo. Yo vengo de una familia ecuménica, desde mucho antes de que se hablara de ecumenismo, yo ya sabía lo que eso era. En mi familia hay libres pensadores, presbiterianos, católicos, judíos y ahora uno que otro iPodista- twitteriano y otras cuantas Candy-crushistas de la Saga Perpetua muy devotas que frecuentemente me envían invitaciones por Facebook para tratar de convertirme.
Mi abuelo Daniel nació en Monterrey hijo de padres inmigrantes judíos alemanes. Cuando no había muchas familias judías en Monterrey. Todos sabemos que nuestra ciudad fue fundada por sefarditas, muchos de ellos conversos porque la (non) sancta Inquisición no era muy amable que digamos.
Mi abuelo Daniel era un niño judío hasta las cachas. Por su origen alemán, era muy blanco y rubio, de cabello rizado y ojos celestes. Era un bebé muy hermoso. Pues bien, a pesar de los prejuicios y el antisemitismo de la época, las señoras y señoritas católicas que organizaban las pastorelas ya cerca de la Navidad, llegaban con mi bisabuela Ida y le pedían muy amablemente que les prestara a Danielito, bebé de meses, para que fuera el “Niño Dios” en la escena del Pesebre. Mi bisabuela no hablaba español pero algo entendía (creo) y finalmente accedía a prestar a su hijo, al niño judío, para que representara a Jesús. Lo envolvían en un manto de percal blanco y lo acostaban sobre la paja del pesebre.
Pasaron los años y Daniel creció para convertirse en un muchacho trabajador, apuesto y atlético que jugaba basquetbol con los multicampeones Diablos Rojos del Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey y trabajaba en el negocio ferretero que había iniciado su padre. Se enamoró de mi abuela que era una muchacha católica del barrio de La Purísima y que solía ir a misa los domingos como era la costumbre.
Curiosa cosa que los curas de la iglesia no dejaban a Daniel entrar a misa, y aunque lo apreciaban –porque le conocían- se excusaban diciéndole: “Daniel, te pido que esperes a María aquí afuera, en una banca de la plaza hasta que salga de misa. Tú sabes que no podemos permitir la entrada a la iglesia a un judío. No lo tomes personal, así son las reglas.” Nadie se acordaba ya de que ese judío al que no le permitían entrar al templo, les había servido de “Niño Dios” cuando era un bebé.
Y aun que tenemos todavía mucho camino por andar, bendito Dios que todo aquello ha cambiado, que han habido líderes como Juan Pablo II que iluminaron al mundo y han enseñado que las religiones y el Nombre de Dios no son para excluir ni para rechazar a nuestros hermanos, sino para abrazarnos en una unión fraternal universal.

La Melena de Elena


 Por Susana Valdés Levy.
La menor de mis hermanas llegó al mundo en Monterrey, Nuevo León en el año de 1862. Al nacer, blanca como la porcelana, Elena era completamente calva como un cascaron de huevo. Al día siguiente, cuando abrió los ojos, todos los presentes se quedaron deslumbrados con un destello verde. -¡Son esmeraldas! -¡No! ¡Son turquesas! Decían.
Como a eso de los seis meses, Elena era una bebé rolliza y preciosa, pero todavía estaba sin un solo pelo. Nadie se preocupaba ni dudaba de la excelente salud de la niña hasta que un día amaneció sin querer probar bocado y ardiendo en fiebre. Llegó el doctor para revisar a la niña y no encontró nada extraño a excepción de una ligera inflamación en las encías que seguramente anunciaba el brote de los primeros dientes. Días después nos dimos cuenta de que Elenita estaba muy sensible y lloraba cuando le tocaban la cabeza. La piel que le cubría el cráneo estaba abultada, hinchada, enrojecida y como rellena de estopa.
-¡No son las encías ni los dientes lo que tiene a esta criatura con fiebre, lo que pasa es que le va a brotar el pelo!-Dijo la nana. -El problema es que tiene la piel tan lisa y tersa que el pelo no puede salir. Lo tiene atorado.
Entonces la nana, cerró los ojos, alzó las manos, asintió con la cabeza como si estuviera escuchado una instrucción precisa y se fue a la cocina a preparar una pasta a manera de ungüento con una receta secreta que según ella le habían dado unos ángeles. La mezcla era a base de cáscara de nuez de castilla, cuatro huevos de gallo-gallina, chile cascabel, chile guajillo, chile ancho, hojas de albahaca, menta y hierbabuena molidas y un chorrito de aceite de ricino. Lo puso todo a calentar a baño María, cuando estuvo más que tibio y menos que caliente, se lo untó en la cabeza a Elena. Le dio un buen masaje al que la bebé respondía con gorjeos de alivio y le envolvió la cabeza con un paño a manera de turbante. Luego, la dejó sentada por un rato bajo el tibio sol de la mañana junto a unos geranios.
Al cabo de un rato la nana fue a darle una vuelta a la niña que se había quedado plácidamente dormida sobre los cojines que colocaron a su alrededor. La nana la tomó en brazos para llevarla a su cuna pero al levantarla, el turbante se deshizo y el paño cayó al suelo. De la cabeza de Elenita colgaba hasta el piso la más exuberante melena roja como una cascada de fuego que contrastaba con sus ojos de gata.
Toda la familia se acercó a ver los hechos. El bullicio había despertado a Elena que estaba feliz y sonriente. Nunca nadie había visto cosa igual. Tenían desde entonces que peinarla con un cepillo especial para las crines de los caballos, le domaban el pelo con petróleo y se lo perfumaban con agua de rosas. Su cabellera era tan abundante y fuerte que se lo cortaban cada semana con las tijeras podadoras del jardín porque las tijeras normales no le servían.
Pronto se corrió la voz sobre la milagrosa pócima de la nana y una fila de calvos y calvas se formaba a la puerta de la casa todos los días para comprarle la receta. Curiosamente, a nadie más le funcionó. La nana dice que todo tiene remedio y que los ángeles nos tienen una receta para cada cosa a cada quien. El problema es que no sabemos escucharlos y mucho menos hacerles caso.

El Veliz de Liz


 Por: Susana Valdés Levy.

Liz era una mujer joven pero que había tenido una infancia difícil y triste, algunos tropiezos en la vida, había cometido quizás algunos errores que no se había perdonado, sin embargo nada que no... fuera simplemente humano.
Ella se preguntaba todas las noches antes de dormir: “¿Qué es lo que sucede conmigo?¿ ¿Porqué no puedo tener amigos o encontrar un amor? ¿Qué estoy haciendo tan mal? ¿Por qué todos huyen de mí? ¿Por qué se ha instalado en mi la tristeza?” A veces lloraba y así se quedaba dormida.
Al día siguiente, se levantaba, se aseaba, tendía su cama impecablemente, tomaba su veliz negro y salía a su trabajo. A todas partes donde iba llevaba consigo el pesado veliz que a veces tenía que cargar hasta con las dos manos. Sobre el veliz se sentaba a esperar el camión, lo colocaba a un lado de su escritorio en el trabajo y cuando en raras ocasiones, compartía la mesa del comedor con alguien de la oficina, el inseparable veliz estaba junto a ella a un lado de su silla como una sombra.
El negro veliz era siempre tema de murmuraciones de la gente, tanto frente a ella como a sus espaldas. “Ahí vienen Liz y su veliz”, decían ya que a todas partes cargaba con él. El veliz causaba intriga, curiosidad, morbo, chisme, especulaciones, conjeturas y cuestionamientos. ¿Qué traerá Liz en ese veliz que a todos lados lleva? ¿Qué tanto carga Liz en ese veliz que no la deja ser feliz?
Carlos, un joven apuesto, se fijó en ella y la invitó a tomar un café a un lugarcito lindo junto al parque. Con mucho tacto, el muchacho le dijo a Liz: “¿Quieres mostrarme lo que hay en tu veliz?” Ella se puso pálida y quiso salir huyendo. Cada vez que ella intentaba abrir el veliz, las personas que estaban con ella desaparecían y jamás las volvía a ver. “¡No!” Dijo Liz muy alterada. No quiero abrirlo porque si lo hago, de seguro nunca te volveré a ver y realmente me agradas.
-¿Entonces por qué lo cargas a todas partes? Preguntó el muchacho. -No sé. Respondió Liz. –Lo he cargado siempre, a todas partes donde voy lo llevo conmigo, como si fuera parte de mí. -¿Y no te cansas de cargarlo? Inquirió Carlos. –Sí, dijo Liz, pero no se qué hacer con él, ni dónde ponerlo, y no me atrevo a mostrarle a nadie lo que hay en su interior. Temo que es algo vergonzoso, malo y feo. -¿Quieres decir Liz, que ni tú misma sabes lo que hay ahí dentro? Pregunto el joven. –Yo sí sé, aunque hace mucho que no lo abro, recuerdo el contenido.
-Ábrelo ahora. Dijo el muchacho. – No tengas miedo. Te prometo que no me iré.
Liz abrió el veliz con temor. Se percibía un olor fétido. Vieron que dentro estaba un esqueleto encorvado. Era su pasado doloroso: Sus heridas, sus rencores, sus resentimientos, sus remordimientos, sus tristezas, sus errores, sus pecados, sus vergüenzas estaban ahí. Tan pronto Liz se armó de valor para enfrentarlo, El fantasmal esqueleto se transformó en una fuerza de luz y sabiduría llamada “Experiencia”.
- Liz, -dijo Carlos- el pasado doloroso es un maestro. Si no lo reconocemos, si no lo enfrentamos, si no aprendemos la lección para luego perdonar y dejarlo ir, el maestro morirá si habernos dejado una enseñanza y cargaremos con su cadáver siempre. Del pasado y del dolor solo debes quedarte con la experiencia que te enriquece. Desde ese día, Carlos ha sido el primer amigo y el gran amor de Liz. El veliz se quedó atrás, donde siempre debió estar y el maestro del pasado por fin pudo jubilarse.

Así murió Don Espiridión Malacara.

 
 

 Por Susana Valdés Levy.
Hay gente que deja huella y este señor no fue la excepción. Espiridión Malacara será recordado porque a su paso por el mundo, más que huellas dejó cicatrices. Era un verdadero pat...án. Don Espiridión tuvo, para desgracia de muchos, una larga vida. Se dedicó a dos cosas principalmente: a hacer dinero con su fábrica y a crearle miseria a la gente. Así fue que amasó una considerable fortuna y acumuló el desprecio de tantas personas, empezando por su familia.
Doña Angustias, su mujer, vivió siempre atormentada no solo por lo que el viejo le hacía a ella, sino también por haber sido testigo mudo de las atrocidades que el señor cometía contra sus hijos e hijas y contra tantas buenas almas que tuvieron la desdicha de conocerlo.
Prepotente, intransigente, déspota, cruel, insensible, egoísta, necio y castigador…era un dechado de defectos lo que constituía la nefasta personalidad de Espiridión. El se creía muy respetado porque la gente no se atrevía a verlo a los ojos, pero la verdad era que quienes le rodeaban optaban por seguirle la corriente, darle por su lado, aun cuando por lo general estaba equivocado y sacarle lo que se pudiera, aunque era más fácil ordeñar una piedra que quitarle a él un tostón, porque el tipo era un tacaño.
A los hijos varones los convenció de que nunca serían mejores que él para así tenerlos sometidos a su servicio en la fábrica y sin salario porque él decía que como quiera “los mantenía”. A las hijas las convenció de que eran feas e indeseables para que no vieran hombres ni se casaran y así tenerlas como servidumbre en la casa de por vida. Doña Angustias era menos que eso todavía. Ella era su esclava. Cada uno de los miembros de la familia aprendió con el tiempo a blindarse el alma contra las agresiones del malvado viejo.
Ya entrado en años, don Espiridión se enfermaba a cada rato. Todos esperaban con ansia que se muriera, pero como ni el diablo lo quería, pronto se curaba y se levantaba como si nada a continuar con sus maltratos. Un buen día ya no se levantó más. La familia publicó una esquela barata en el periódico local y nadie fue al velorio, solo estaban la esposa y los hijos.
Estaba Espiridión expuesto en el ataúd abierto en la funeraria. Muy maquilladito él. No le sacaron las tripas ni la sangre porque él había dispuesto así, decía que cuando se fuera se iría entero. Tenía las manos juntas cruzadas sobre el pecho. Soledad, la hija mayor se acercó a ver el cuerpo y en eso, el dedo meñique del viejo se movió. Soledad sabía que a veces, los muertos frescos tienen movimientos o arrojan gases. Y así, de pronto: ¡Prrrrrfffft! ¡Una flatulencia apestosa salió del féretro! Por no quedarse con la duda, Soledad sacó de su bolso un espejito y lo colocó frente a la enorme y cacariza nariz de Espiridión. Para su horror, el espejo se empañó. Presionó con los dedos un lado del cuello bajo la oreja y percibió un débil pulso -¡Mamá!-Gritó Soledad -¡Ven pronto!
Doña Angustias y sus cinco hijos se acercaron al ataúd. Soledad les dijo: -¡El viejo está respirando, tiene pulso y los sepultureros van a llegar por él en unos minutos! ¿Qué hacemos? Entonces, Doña Angustias dijo con un vozarrón que nunca antes le habían escuchado: -¡El que lo saque de aquí se lo queda! ¡Yo ya soy viuda! Todos callaron y de un golpe que sonó como portazo, cerraron la tapa del ataúd. Pronto llegaron los del panteón y ese mismo día lo enterraron. Así murió don Espiridión Malacara, el 5 de diciembre de 1960, sepultado vivo. Ni modo. Cosechó lo que sembró y sembrado quedó.

jueves, 4 de julio de 2013

Libertad e Independencia


Por: Susana Valdés Levy
Hoy es 4 de julio, Día de la Independencia de los Estados Unidos. ("Land of the free and the home of the brave"). Un saludo a los amigos Estadounidenses.
La libertad es un tema que da siempre mucho de qué hablar, especialmente en el nivel individual. En algunas pláticas que he presentado con adolescentes y adultos jóvenes, el tema ha sido el de la libertad. Generalmente, los que les han hablado antes de este asunto, se inclinan por marcar la diferencia entre libertad y libertinaje. Yo quiero centrarme únicamente en el concepto de la libertad.
Definitivamente y al igual que sucede con las naciones, toda libertad implica un acto y declaración independencia. Nadie puede llamarse "libre" sin proclamar su independencia.
La independencia significa, como la palabra lo indica: "no depender", valerse por sí mismo, ser autosuficiente, estar dispuesto a salir de la zona de confort y hacerle frente a la vida con sus retos y necesidades por cuenta propia.
Muchas veces los adolescentes y adultos jóvenes que siguen viviendo con sus padres, quieren ser libres sin ser independientes. Con un puño en alto y voz en cuello exigen que se respete su "libertad" y con la otra mano están pidiendo su "domingo", o que mamá les cocine, les lave y planche y les tienda la cama. Esperan también que papá les siga pagando sus gastos y los servicios que consumen. Su supuesta libertad estriba en exigir, a veces de manera grosera, que los padres no se metan en sus vidas, no se metan en "su" cuarto, no les restrinjan los horarios de salidas y llegadas o no les impongan reglas, que no opinen. Eso no es libertad, es anarquía....o como dicen: es "patear el pesebre" o "morder la mano que les da de comer".
A veces la libertad se conquista cuando se tiene lo suficiente y en otras ocasiones se conquista con sacrificios, reduciendo las necesidades. Es cierto eso de que "No es más rico (ni más libre) el que más tiene, sino el que menos necesita"
La libertad es uno de los atributos más caros que existen. Cuesta mucho ser libre, empezando porque para serlo, primero hay que conquistar la independencia...la libertad es un derecho que se gana y no es fácil.
Además, la libertad es muy relativa, no es absoluta. Todos dependemos de algo o de alguien en mayor o menor grado.
Por eso, (parafraseando a Juárez) tanto los individuos como las naciones que han alcanzado su independencia, lo celebran con orgullo.

miércoles, 3 de julio de 2013

¡Cuidado con la Chancla!




 Hoy se cumplen 130 años del nacimiento de un escritor judío Austro-Húngaro llamado Franz Kafka. Google le dedica el doodle del día a la obra de la Metamorfosis con un diseño hecho con patitas de cucaracho. Kafka escribió bajo la visión del existencialismo y el expresionismo. Sus obras más conocidas, son El Proceso, El Castillo y la Metamorfosis. Esta ultima que menciono, fue escrita como todas las demás, en alemán y se llamaba en su título original "Die Verwandlung". En su traducción estricta, este título quiere decir "La Transformación". Sin embargo, al hacer el la analogía con un insecto que podría ser un escarabajo gigante o una de esas cucarachas de Madagascar, se tradujo como "La Metamorfosis".
Es una historia triste, que habla de inadaptación o a lo mejor de algo que todos hemos sentido alguna vez: la falta de pertenencia. Se trata de un hombre que no podía reconocer su entorno y sentía que su entorno tampoco lo reconocía a él. Es la máxima soledad posible. Es el "No me hallo" (como decimos los mexicanos). Es el no poder encontrarse o reconocerse en su propio medio. O el "I don't belong" como dicen los americanos. Y poco a poco se va sintiendo como un vil insecto.
Hoy en día, la Metamorfosis Kafkiana es más vigente que nunca. Cuando la persona se hace consciente de que su medio no lo reconoce, no lo respeta, no lo identifica, comienza a sentirse como una cucaracha. Ya sea el entorno familiar, el laboral, el social, el político. El sistema parece estar hecho para hacernos sentir así, como un bicho raro, pero un bicho al fin.
Todos quieren trascender, todos quieren reconocimiento, identificación como alguien importante dentro del esquema...pocos lo consiguen, o lo consiguen por un tiempo efímero. Es parte de la cultura de lo desechable, o la cultura del envase de la que habla Eduardo Galeano: "El contrato del matrimonio importa más que el amor; el funeral más que el muerto; la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios."
Así, muchas veces vemos y tratamos a nuestros semejantes como si fueran insectos más que seres humanos y esa misma visión regresa de ellos hacia nosotros. es una desvaloración mutua. Es la cultura del envase (desechable) la cultura de ver al prójimo como una cucaracha despreciable a la que podemos aplastar.
Poca gente lee a Kafka hoy en día, y vale la pena leerlo porque comprende profundamente la sensación de soledad profunda, de desconexión y desvinculación. Ofrece crudamente la oportunidad de reflexionar a tiempo para no caer en el juego de una sociedad enferma que cada día nos exige mas y a su vez cada día nos intenta convencer de que valemos menos. Sociedad en la que nos pueden hacer creer que somos como insectos ¡Cuidado con la chancla! No dejes que te aplasten.
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martes, 2 de julio de 2013

Desde los miedos hasta los medios


Por Susana Valdés Levy.


Esto es casi una confesión o digamos una confidencia. Desde que inicié mi carrera, yo me levantaba muy temprano, me metía a bañar, me maquillaba, me peinaba, elegía con sumo cuidado la ropa que me iba a poner. Tenía que acordarme de cuándo era la última vez que me había puesto esa blusa o ese pantalón para ir al trabajo en la tele. Entre tanto estaba pensando cómo decir esto o aquello según fuera la nota del día, “la de ocho” como le dicen haciendo alusión a la nota de ocho columnas como se presentaban en la primera plana de los periódicos las noticias más importantes.

Llegaba al canal con anticipación. Saludaba a todos y en especial a mi súper productora Ixchel  Rodríguez quien ya había hecho mancuerna mediática conmigo en radio. Luego invariablemente a Pancho Villarreal que era mi asesor editorial. En ellos confiaba plenamente y hasta la fecha. ¿Qué comentar? ¿Cómo decirlo? ¿Por dónde empezamos? En ese tiempo la improvisación era solo un recurso pero nunca la norma, como parece ser ahora. El orden era estricto. Invariablemente me ponía nerviosa. Es mucha responsabilidad. Un poco de polvo en la cara para no brillar con las luces. ¡Corre al estudio, vamos al aire! El floor-manager iniciaba el conteo regresivo marcándome el tiempo con los dedos de su mano en alto: 4-3-2-“¡Queue!” (quiú, se pronuncia).

Así fue por muchos años, de lunes a viernes, puntual sin faltar más que por causas de fuerza mayor, trabajando en Navidad, Año Nuevo, Semana Santa, durante los huracanes, en tiempos de balaceras, apoyándome en un magnífico equipo de reporteros, camarógrafos, switcher, redactores, jefes de información, gerente de noticias, editores, mesa de asignaciones, productora conectada a mi oído derecho con el famoso “chícharo” que cuando uno está al aire es casi como un cordón umbilical que te mantiene conectado con la cabina de mando.

Cada día era un nuevo comienzo. La angustia del rating, la competencia ¿qué está diciendo Maria Julia? ¿Ya sacó la nota Lety Benavides? Ellas son mis amigas, las quiero y respeto. Pero al aire, éramos colegas en competencia a la misma hora y distinto canal. Mi comadre María Julia considerada un titán invencible. ¡Todos la aman! Yo no quería ser como ella, porque no podía…yo soy yo. Ofrezco al público otro manejo de la información. Otro estilo. No a todos les gusta. Azcárraga me dijo: “No quiero otra María Julia, ella es única, un personaje. No la imiten pues se convertirán solo en una mala copia. Hay que ofrecer otra alternativa…eso es todo.”

Faltó mencionar a las telefonistas. Ellas son indispensables. Son la retroalimentación, son las receptoras del feed-back inmediato. Ellas tienen la tarea de pasar todas las llamadas, sin flitro ni cambios. No faltaban algunas con una felicitación, un saludo, una petición. Pero hubo muchas también con feroces y crueles críticas: “Qué feo te peinaste hoy”, “Qué mal te queda el color de esa blusa” “¿Engordaste?” “¡Ya quiten a esa conductora, está muy vieja!”, “¡Agarraste la jarra ayer? ¡traes muchas ojeras!” Bueno, por lo despiadado y lo cruel no paramos.

Acepto que al principio me afectaba mucho. Me agüitaba, me dolía. Igual me decían que yo era una simple “lectora de noticias” como me decían: “¡Qué estupidez tan grande has dicho!” Total era lo mismo limitarme a leer que dar un comentario editorial. De todos modos yo era una idiota o  poco profesional, o cosas peores. También había gente amable que me llamaba para decirme cosas buenas. Con los años mi ego se amansó. Aprendí a no creerme ni los insultos ni los halagos. Aprendí a blindar mi alma para no salir herida ni inflada. Aprendí a valorar la crítica tanto como el aprecio y de ahí a reforzar lo que estaba bien y a corregir lo que podía arreglarse o mejorar.

Ese aprendizaje me ha servido mucho en mi vida personal, me ayudó a crecer, a ser más fuerte, más resistente a la opinión de otros sin por eso dejar de tomarla en cuenta. Estar en el medio es de miedo. La competencia es feroz, la crítica es agria y duele, el halago marea y el poder envilece.

Lo verderamente importante es no perder de vista jamás que uno está ahí para servir a una comunidad y que siempre, siempre se puede y se debe mejorar.